En 2007, Estados Unidos tuvo que pedir
prestados unos 800.000 millones de dólares al resto del mundo, lo que
representa más de 4.000 millones por cada día laborable. China, en cambio,
tiene actualmente un superávit contable de 262.000 millones de dólares, una
cantidad equivalente a más de la cuarta parte del déficit estadounidense. Y una
proporción extraordinariamente grande de ese superávit ha acabado prestándose a
Estados Unidos. En la práctica la República Popular China se ha convertido en
el banquero de los Estados Unidos de América.
Esto desembocó en una alianza económica
entre las dos potencias llamada ‘Chimérica’. Esta alianza se formó de forma
involuntaria y cada parte se caracteriza por ser totalmente opuesta a la otra.
China se muestra como la parte ahorradora y productora, mientras que Estados
Unidos sería la parte consumista y derrochadora. China, tras 20 años de superávit,
acumuló 2,3 millones de dólares. Gran parte de esa reserva eran bonos del
estado estadounidense y, en este proceso, los dólares captados por China en el
mercado mundial eran destinados a préstamos hacia Estados Unidos. El matrimonio
de conveniencia Washington-Pekín estuvo basado en la búsqueda de espacios con
mano de obra barata por parte de las empresas estadounidenses y el deseo de
resolver el problema de desempleo por parte de China. Para el país asiático, la
apertura a la inversión extranjera directa era la clave para alcanzar en poco
tiempo una plataforma explotadora que le permitiera elevar el nivel de ingresos
de su población, Esta coincidencia de necesidades recíprocas es lo que hizo
posible la urdimbre de relaciones económicas que acabaron por integrar
Chimérica.
Aunque esta relación resulta beneficiaria
para ambos, se puede catalogar como ‘matrimonio fracasado’ ya que puede acabar en
una rivalidad por los antecedentes que tenemos no muy lejanos. Su desintegración
es inevitable y no será un proceso tranquilo ni pacífico.